lunes, 20 de septiembre de 2010

Die Wissenschaft und das Leben


El individuo tampoco sabe qué necesidades inmediatas tiene en su vida cotidiana. Seguramente sea estrictamente necesario que esté enterado; pero incluso en su ámbito más propio empleará todo su orgullo en saber más de lo que debe para la realización de su trabajo diario. El sastre sería un peor sastre si no se preocupase de saber de dónde proceden las materias primas que utiliza, así como el proceso que deben seguir hasta llegar a él, antes de culminar el trabajo. El comerciante no sería un buen comerciante si no se preocupase por conocer, con una apremiante iniciativa, el ordenamiento jurídico a aplicar. Y así, a todos los niveles. Por todas partes, el individuo busca en su profesión un conocimiento más extenso del que rigurosamente debería. Y aún más, con independencia de su profesión, cada uno tiene un conocimiento más o menos preciso de toda clase de asuntos humanos. Lo que denominamos “percepción del mundo” no es una cuestión propia de un pequeño círculo de filósofos, sino que cada uno tiene, cada uno hace suyo su pensamiento sobre Dios y el mundo, sobre el pueblo y el estados, sobre rango y clase, sobre la casa y el patio; no le afectará mucho si el filósofo juzga ciertos o falsos esos pensamientos; son justamente sus puntos de vista, le pertenecen a él únicamente, no podría renunciar a ellos sin renunciar a un pedazo de lo mejor de sí mismo. E incluso en referencia a la exactitud, algún filósofo erudito se ha dado cuenta desde las trincheras de que tales incultas percepciones del mundo podrían no tener una lógica, pero podrían ofrecer algo más que lógica: un saber práctico. (“Hand un Fuss”). Ellos están compenetrados con sus portadores, están arraigados a un círculo estable de experiencias y no se conmueven tan fácilmente como imaginan los eruditos y su sabiduría escolar.
Así vive por tanto el ser humano con su saber, no tanto con lo que de él requieren el día y la hora en que vive, si no más con el resto. Precisamente ese resto crea el contenido de la confianza en sí mismo, su orgullo, el lugar que se dan a sí mismos en el mundo. Su saber cumple la conciencia de sí mismo. Y así comprendemos aquellas extrañas respuestas antiguas: que los pueblos y otras comunidades aún no pertenecientes a nuestra época, practicaron la ciencia no tanto con un sentido práctico si no en aras de su propio carácter. Los pueblos también tienen su propia conciencia tan buena como la de cada individuo. Y del mismo modo que la conciencia de sí del individuo, ésta se fundamenta en la ciencia y especialmente en la ciencia creada por los pueblos con un estilo, un esfuerzo y un punto de vista del mundo propio. Solamente ahí donde se trata de un gran círculo de personas, interviene la ley del esfuerzo en el trabajo, a partir del cual se han construido todas las grandes comunidades. En la casa, el dueño es al mismo tiempo miembro testimonial de la comunidad. Cuanto más grande es la comunidad, tanto más se entrelazan el señorío y el servicio, tareas de gerencia y trabajo de campo realizado por diferentes personas y profesiones, aunque en un buen estado nadie cesa de formar parte del señorío y del servicio. Mientras el individuo mantiene en soledad sus propias experiencias, extrae de ellas sus propias conclusiones, se construye sus propios puntos de vista, brotan de las entrañas de la comunidad del pueblo órganos especiales, que crean el conocimiento, otros órganos que lo expanden, y a lo mejor otros que lo transmiten a los últimos vasos sanguíneos del cuerpo, de tal forma que nadie permanece sin una parte.