viernes, 15 de febrero de 2008

Infierno II



Lejos de intentar justificar algo tan absurdo, el problema era cómo alcanzar un objetivo tan complejo. Dante y WC apenas tenían recursos y ganas para hacer algo que valiera la pena. Sin embargo, pronto cambiaron de opinión. En uno de sus infatigables viajes a Yugoslavia, conocieron a Fátima “Abu Mon” Karadzic en una cata de lentejas dálmatas en la isla de Vis. Por su posición estratégica, Vis estaba enteramente ocupada por el ejercito paneslavo fiel a la causa del general Andrija Raseta que ya entonces se preparaba para defender a una Dalmacia grande y libre. Las cosas estaban feas desde que los eslovenos declararan unilateralmente su independencia el 25 de junio, pero el festival de lentejas estaba por encima de las etnias, las religiones, los generales y demás genocidios por venir.

Fátima Abu Mon nació a orillas del río Neretva, cerca de la ciudad de Mostar, si bien vivió en Ispahán los mejores años de su vida. Allí puso casarse con el prestigioso psiquiátra Rado Karadzic, futuro político en estado de confusión perpetua. A su vuelta, el matrimonio Karadzic se instaló en Sarajevo, y mientras Fátima puso en plena Marsala Tita un puesto de lentejas rápidas, Rado siguió ejerciendo de psiquiatra en el hospital Josip Broz. Los días transcurrieron felices durante los 80, sin embargo desde la muerte de Tito (todos coincidían) Eslavia del Sur se deshacía definitivamente en una lucha feroz por una identidad que estaba impuesta por los pueblos. Éstos, originarios y puros, reclamaron lo que la historia y los imperios les habían privado por tantos siglos. Daba igual en definitiva quien, entre tanto, había elegido vivir en paz en esas tierras.

Rado apenas entendió desde el principio cómo era posible que la identidad de las personas pudiera proceder de algo externo: la pertenencia a un pueblo, a una raza, a una nación que nunca pudo serlo por la tiranía de un imperio,... Pronto se quedó sin clientes. Él, que había siempre tratado de comprender el laberinto desconocido del individuo a través de incontables modelos psiquiátricos, se encontraba de nuevo con lo externo: aquel ruido blanco indeseable y nacionalista que predicaba una nueva verdad divina. Pronto enfermó, y más tarde aún, cayó en las redes del partido democrático serbio, bajo la batuta de Slovodan desde Belgrado. Histriónico y paranoico mandó matar a su mujer y sus hijos en un arrebato de lealtad a la Gran Serbia. El resto es historia.

Antes de que todo esto ocurriera, Dante y WC conocieron las lentejas de Fátima, y más tarde a Fátima. No se sabe si porque los hechos transcurrieron de ese modo, o por cualquier otro motivo, los tres decidieron ponerse manos a la obra de inmediato. Fátima vivía día a día la transformación de su marido en futuro genocida. Si bien no podía intuir aún qué podría pasar, los síntomas eran claros: desaparición de cualquier tipo de dudas, expresión facial de autosuficiencia, creencia de que los imperios turco y austrohúngaro eran responsables de todo su sufrimiento, veneración a la bandera, el himno, los cantos populares y demás rituales...

Dante y WC coincidían en dos asuntos principales en esos momentos. Por un lado, las lentejas de Fátima, y no sólo las lentejas, estaban de “mira y no te menees”. Además, Italia y ahora aquellos eslavos del sur, necesitaban una buena dosis de serenidad y paz.