domingo, 7 de octubre de 2007

Joven Europa I

Lo último que llegué a saber del teniente Franz Tunda fue esa breve nota fechada en abril de 1.919. Durante todo el año de 1.917 hasta ahora, la correspondencia había sido fluida. Tras el armisticio, decidí volver a Krumau, recién bautizada Cesky-Krumlov por el primer gobierno checoeslovaco de Masaryk. La ciudad apenas había sufrido demasiado por la Gran Guerra, y los impuestos empezaban a ser recaudados por Praga.

Nuestro querido amigo Joseph R. también estaba al tanto de todo. Borracho y judío, acabó en París escribiendo historias absurdas sobre los deshechos de la posguerra.

Cómo decía, el teniente Tunda tuvo tiempo de escribir y contarme sus desventuras desde Irkutsk hasta Viena. Durante la primavera de 1.916 se fraguó lo que iba a ser una expedición secreta a Siberia en busca de nuevas alianzas contra la guardia real rusa. La guerra estaba más que perdida, y la Jefatura Mayor intentaba desesperadamente romper el frente de Oriente desde la retaguardia. Los rumores de una revolución interna eran cada vez más intensos, y el imperio era capaz de aliarse con quien fuera con tal de no capitular.

Al frente de la expedición estaba Manfred von Hötzendorf, sobrino de Franz Conrad von Hötzendorf, mariscal de campo austriaco y jefe del estado mayor, y como segundo el teniente Tunda. El 10 de mayo de 1.916 partieron. Tardaron dos meses y medio en llegar a Novosibirsk, donde fueron emboscados por un grupo de nómadas tártaros fieles a la causa real. Torturados y mutilados, fueron arrestados a la espera de nuevas órdenes de Moscú.

Desde Moscú no llegó noticia alguna, y a medida que se acercaba el invierno Tunda, aterrorizado y tuerto, comprobaba como sus compañeros uno a uno iban desapareciendo. Una noche, podría ser de noviembre, Tunda se escapó del campamento tártaro. Estuvo 5 días caminando en una huida interminable hacia el este. Su ojo mutilado sangraba cada vez más, y no sabía muy bien cómo podría sobrevivir a la inmensidad de la estepa siberiana. Al fin, desde lo alto de una colina pudo ver el mar, y a su orilla, una aldea habitada.

La aldea era Irkutsk, a orillas del lago Baikal. Asistido por un familia de pescadores originaria de Darhan, pasó el invierno entre fiebres, delirios y alcohol.

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