Por infinitas razones, el verdugo ejercía su poder sobre la víctima a través del miedo. La víctima por otro lado procuraba aguantar las vejaciones que hicieran falta para sobrevivir. La identidad de ambos se sustentaba sobre la otra, y en cierta medida los roles eran perfectamente intercambiables en el espacio y en el tiempo. El verdugo podía pasar a ser la víctima, y la víctima el verdugo, si el poder cambiaba de manos
Dante y Fátima añadían por su propia experiencia que en tiempos de guerra la situación podría llevar a una confusión absoluta, ya que víctimas y verdugos sobrevivían en una misma persona a cada segundo, produciendo un efecto narcótico de huida sideral evidente. Fátima llegó a identificarse de tal modo con el análisis de WC, que empezó a desarrollar extensiones teóricas costumbristas al modelo inicial. Así, al amor incondicional que ella sentía hacia su marido, le acompañaba un creciente desdén de él hacia ella. Además, la sumisión de sus numerosos empleados en su puesto de comida rápida en Marsala Tita, era directamente proporcional a su mala leche con ellos (había casos en que la relación era creciente). Y así, encontró hasta 12.596 casos prácticos que evidenciaban la tesis inicial de WC. La publicación de estos casos, diez años después, supuso una revolución dentro del campo de la investigación inocua.
Dante se mostraba un tanto escéptico con todo lo relacionado con víctimas y verdugos. En escenarios experimentales (así los llamaba) como una guerra o un secuestro, la relación era interesante, pero la realidad era muy diferente. El victimismo con el propósito de alcanzar una meta, era un derivado adulterado de esa relación unidimensional. Un derivado que tendía a ejercer de verdugo, si no lograba el objetivo planteado.
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