Wenceslao salió de casa sin percatarse que no llevaba puestos los pantalones. Tuvo que ser el fugaz reflejo en el escaparate de Marisa, la pescadera, el que le hiciera caer en la cuenta de que se dirigía a su cita con el reloj de la plaza mayor en gallumbos floreados de amapolas y crisantemos. Mirándose perplejo en aquel inmenso cristal, recordó que tardó siete años y cuarenta y cinco días en conseguir la combinación perfecta en las flores de su ropa interior. En la merceria de Faustino (primero para más señas, con un par de copas basta que si no luego digo tonterías, solía decir), los había de verdes con margaritas, de blancos con rosas y azucenas, y los de más éxito, amarillos limón con claveles y pensamientos, pero ni rastro de sus ansiados dorado apagado floreteado de amapolas y crisantemos. Tuvo que recorrer todo el continente y parte del resto del globo terràqueo para localizarlos en una merceriacabañacuatropalosmalcontadostechodeuralitayventanasdetapasdetupperware
de Johannesburgo. Un poco a las afueras de ciudad, concretamente a doscientos kilometros del centro ciudad. Recordaba aquel día como uno de los más felices de su vida, como uno de los pocos más felices de su vida. Durante los siguientes siete años y cuarenta y cinco días solo arrancaba los calzoncillos de su entrepierna los quince de cada mes, ese día no salía de casa.
Treinta y siete segundos tardó Wenceslao en darse cuenta que las señoras de la pescadería se estaban pegando un hartón de reir al verle en tan atípica tesitura. Se rascó la calva, miró al sol y se dijo que el tiempo apremia, y que con o sin pantalones, el reloj de la plaza mayor esperaba su presencia. Corrió como pocas veces lo había hecho, corrió como nunca lo había hecho. Las rodillas rozaban entre si y a medida que las zancadas aumentaban notaba el escozor de la piel herida, pero le era imposible parar, no hay posibilidad de paro, no se puede parar uno cuando va a ver al reloj. Pasó por debajo de un pórtico enorme y alcanzó la plaza, miró hacia el reloj, este marcó las diez y diez justo en el momento en que Wenceslao plantó sus pies en el centro de la plaza. Por fin una sonrisa sincera, se dijo, por fin la única sonrisa que el tiempo me concede.
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2 comentarios:
Bienvenido al club, Mr. Patou. Me pregunto si a Wenceslao también le hubiera gustado presentarse delante del reloj misterioso con un gorro de piscina plateado estampado con Aerodromus Maximus.
Considero necesario adentrarnos levemente en la vida sentimental de Wen...alguna vez tuvo una mujer a su lado que le haga atender sus desatenciones ?
Alguna vez alguna mujer le dijo que le quedaban bien las trenzas en los vellos de su entrepierna?
Alguna vez quizás Wen conoció un travesti que le haga ver la luz?
Todas y muchas más de estas cosas queremos saberlas...
Los admiradores de Wen (L.A.W, o también conocidos como La Ley)
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