viernes, 16 de noviembre de 2007

Perfil psicofisiológico (parte II)

"Mi nombre es West, Herbert West..."

El Dr. Herbert West, médico graduado con los más altos honores de la legendaria y mítica Miskatonic University, EEUU, se hizo cargo del caso de Wenceslao Cardoso. Cuando el 21 de diciembre de 1967 se hizo cargo del lamentable cuadro hipertóxico producto de su ingesta de mercurocromo de uso externo, el Dr. West sintió que no sólo se abría una puerta: sintió que las puertas eran dos.

Cardoso yacía en la habitación 101 en su cama-jaula no electrificada. Tenía conectados cables de diversos tipos: unos electrodos a su tórax, que acusaban su ritmo cardíaco; unas cánulas que salían de la parte anterior de su antebrazo izquierdo, de las que había un extraño líquido amarillento semi-fluorescente, que parecía una variación del sistema cánula-enema que se aplicaban en los gulags de las gloriosas épocas y epopeyas soviéticas; y por debajo de las sábanas salía una manguera transparente conteniendo unos sólidos semilíquidos en gamas cromáticas cercanas a los marrones... quizá el profano desprevenido no supiera darse cuenta que la misma provenía directamente del recto-ano del paciente, y que conducía lo que en el ambiente de la proctología se conoce como "la verdad". Como si todo esto fuera poco, además Wenceslao tenía sobre su boca una mascarilla de vidrio traslúcido, que estaba conectada a un botellón metálico que tenía un manómetro en su extremo superior y una etiqueta que rezaba: "Toxik". Un regulador de voltaje estaba conectado mediante cables al manómetro, cuya aguja se encontraba oscilando dentro de la zona roja de la escala, indicando tal vez que el funcionamiento del dispositivo estaba fuera de control.

Wenceslao Cardoso abrió sus ojos y se encontró con una habitación que le recordó a la macabra Room 101 orwelliana, aunque allí (al menos a simple vista) no había ratas enjauladas. Giró su cabeza y observó por la ventana una lluvia ácida que cubría todos los techos de las inmediaciones del hospital, al tiempo que las pingüinos y cigüeñas que anidaban allí arriba, se iban muriendo de intoxicación por tal manto húmedo. A Wenceslao esto no le preocupó en lo más mínimo, ya que a él no le interesaba la fauna polaca, y menos la avícola. Giró vertiginosamente la cabeza hacia el otro lado y encontró un médico que lo estaba observando. Tenía en su mano derecha un altavoz de los del tipo "tronco de cono", de esos que usan los remeros estadounidenses para guiar a la tripulación de sus canoas-cisternas.

--Señor Cardoso, mi nombre es West, Herbert West, y seré su médico las 24 horas del día y las 24 horas de la noche --sonó estridente la voz amplificada por el altavoz--.

Wenceslao Cardoso no podía hablar ni articular palabra, pero sintió que aquel sujeto repicaría y martillaría una y otra vez su delicado estado de salud. Sintió frío repentino. Y miedo, mucho miedo.

(Continuará).

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