Fue entonces cuando Fátima dio el gran salto a Belgrado de la mano desu tio Dzemal. Estuvo 3 años trabajando en los fogones del palacio presidencial para el mismísimo Tito. Allí conoció a Bogdana, dotada por los Dioses en el arte de cocinar lentejas dálmatas. Bogdana era alta, fea y probablemente sentimental, apenas se comunicaba con nadie más que con Fátima y tenía una mirada distante y cansada. Había luchado codo con codo junto al líder chetnik, Draza Mihajlovich, contra los ejército búlgaro y rumano de ocupación a principios de los 40, pero se equivocó de bando. Los partisanos de Tito con la ayuda soviética lucharon, resistieron y ganaron igual que los chetniks, pero éstos no lograron el ansiado poder, y los que tuvieron más suerte se conformaron con la muerte. Bogdana fue arrestada, y pasó quince largos años en los calabozos kosovares del monasterio Visoki Decani, hasta que sus manos prodigiosas en el arte culinario, fueron requeridas en el aburrido palacio presidencial del mariscal Tito.
Fátima lo aprendió todo de Bogdana, incluidos los cantos milenarios y ortodoxos de Visoki Decani. Desde un cómodo segundo plano, se limitó a escuchar las pocas palabras de su mentora y a callar todos los rumores de palacio sobre el mariscal.
A pesar de la muerte de Bijedic en 1977, Fátima, insignificante y silenciosa, siguió haciendo su trabajo de pinche de cocina. En febrero de 1979, tras la revolución islámica iraní y la caída del sha, una expedición de ayuda y cooperación socialista, partió de Belgrado a Ispahán. Tito mantenía relaciones cordiales con el líder Ruhollah Musavi Jomeini, y creía que el futuro era socialista y nacionalista. Envió una misión en la que estaban representadas todas las principales profesiones que daban gloria a la patria paneslava. En el mostrador de facturación del aeropuerto de Сурчин, Rado y Fátima se vieron por primera vez.