martes, 27 de noviembre de 2007
Wen on the moon (I)
Cuando Wenceslao pisó por primera vez la luna, aún salía humo de la última fogata encendida por los blumisianos, pequeños ultracuerpos extraterrestres habitantes el planeta Blumisia, y fácilmente identificables gracias a su cuerpo multicolor y a sus antenas en forma de cornamenta renal. Naturalmente todos estos detalles los iría descubriendo Wenceslao en su serie viajera por el universo, aquel 23 de Diciembre de 1955, lo único que sabía es que acababa de llegar al satélite terrestre por naturaleza, y unos troncos requemados humeaban lenta y cadenciosamente dentro de un pequeño crater rodeado de unos cantos redondos extremadamente bien colocados. Como buen Boy Scout austrohungaro, se acercó arrastrando su cuerpo hacia la pira lunar (no conviene ser visto...). Cuando la distancia entre el fuego y su nariz era más corta que el aliento de una musaraña llegando al éxtasis sexual tras las pequeñas embestidas al cuerpo de su amante, Wenceslao alargó la mano sobre el tronco más humeante y lo agarró con delicadeza. Se lo acercó al oido mientras oetaba el horizonte vigilante de no ser descubierto. Cric, cric, cric, cric,cric...cric,cric,cric...cric...cric...cric,cric,cric,cric,cric...cric,cric,cric,...cric...cric...cric,cric,cric,cric,cric... los estallidos de la madera al abrasarse tenían una sincronización extrema, Wenceslao era consciente que de aquello saldrían conclusiones concretas sobre el tiempo de quema, el tipo de material incendiario, el tipo de combustible, la procedencia de su autor o autores, y demás datos interesantes claves para su primera investigación extraterrestre. Tras volver a mirar a su alrededor, giró su cuerpo con un movimiento rápido y con su espalda sobre el terreno , se fue arrastrando a ritmo del movimiento de sus glúteos hacia su nave espacial, ansioso como estaba por descubrir el secreto de la barbacoa lunar.
lunes, 26 de noviembre de 2007
De Fukuoka a Miguelturra. Wenceslao se desdobla en Ispahán
“Puede que no sea uno sólo; sino una conjunción poliédrica de seres” 1
El tren atravesaba la llanura central de la región de Ispahán. Wenceslao Cardoso se dirigía hasta Ahvaz, región occidental de Irán, desde donde podría coger un nuevo tren con el que atravesaría Irak. En el compartimiento dos hombres y dos mujeres iraníes acompañaban a Wenceslao Cardoso. Ellos vestidos de riguroso blanco; ellas rigurosamente vestidas de tobillos a cabeza, dejando únicamente al descubierto una estrecha cornisa en su cara a la altura de los ojos.
Wenceslao Cardoso notó unos calambres en los dedos, señal inequívoca de que iba a entrar en uno de sus periodos de suplantación morfo-psicológica transitoria. Aquella anomalía psicopatológica de Wenceslao era provocada por la extrema sensibilidad de las glándulas sebáceas de su hipodermis, que al detectar una masa de alta densidad de feromonas humana o animal reproducía mediante reacciones neurotransmisoras el comportamiento morfo-psicológico del emisor de feromonas. En ese caso, el tren había pasado por un nido de crisálidas que ya estaba afectando el comportamiento neuronal de Wenceslao Cardoso.
Las primeras reacciones espasmódicas de Wenceslao – ojos en blanco, espuma en boca, alaridos invocadores del dios Ra y un movimiento de brazos semejante a las aspas de un molino - asustaron en buena medida a sus acompañantes del vagón, que no esperaban aquella reacción aparentemente irracional de un ser tan distinguido como Wenceslao Cardoso. Las dos mujeres se taparon con sus manos el único lugar de su cuerpo al descubierto; es decir, sus ojos. Los dos hombres miraban preocupados la escena, mientras Wenceslao estaba entrado en un trance psicosomático gradual, provocándole una mutación antropofórmica hacia la crisálida (ver foto para comprender mejor el pánico y estupefacción de los dos hombres y dos mujeres que acompañaban a Wenceslao en el tren).
En apenas unos segundos Wenceslao Cardoso se transformó en crisálida, dejando estupefactos, boquiabiertos y sin habla a los pasajeros del tren que en ese momento se arremolinaban alrededor del compartimiento de Wenceslao Cardoso atraídos por los gritos de Fatollah. Entre los curiosos pasajeros se hallaba Moin Ab-Dal, famoso ilusionista árabe, conocido especialmente por su truco “lengua despedazada”, consistente, como es fácilmente deducible, en despedazar la lengua de un sufrido voluntario para luego recomponérsela y hacerle más fácil la pronunciación de la siguiente oración en la que se abusa especialmente de los fonemas fricativos faringeos sonoros:
استشهد عنصر فلسطيني من كتائب القسام الذراع العسكري لحركة حماس وأصيب أربعة بهجوم صاروخي إسرائيلي على شمال قطاع غزة. وفي ملف الاعتقالات كشفت جمعية فلسطينية تدافع عن حقوق الأسرى أن سلطات الاحتلال اعتقلت خلال الشهر الجاري نحو ثلاثمئة شخص فلسطيني.
Moin Ab-Dal observó a Wenceslao Cardoso y no dudó un instante en afirmar que éste había sufrido una suplantación morfo-psicológico transitoria. Aquel rápido diagnóstico causó admiración y aplausos entre los presentes, quienes no dudaron en alabar las prodigiosas virtudes paracientíficas de Moin Ab-Dal. Pero el espectáculo no había hecho más que empezar, ya que Moin Ab-Dal se apresuró a levantar la mano pidiendo silencio y posteriormente señaló con el dedo índice hacia el cielo solicitando a los dioses su abrigo y ayuda para la misión que se prestaba a acometer.
(Continuará…)
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Notas
1. Nota escrita por Wenceslao Cardoso la mañana del 25 de junio de 1965 al constatar que sus alteraciones morfopsicológicas habían alterado el curso de su memoria molecular produciéndole una disfunción neuronal de segundo grado.
El tren atravesaba la llanura central de la región de Ispahán. Wenceslao Cardoso se dirigía hasta Ahvaz, región occidental de Irán, desde donde podría coger un nuevo tren con el que atravesaría Irak. En el compartimiento dos hombres y dos mujeres iraníes acompañaban a Wenceslao Cardoso. Ellos vestidos de riguroso blanco; ellas rigurosamente vestidas de tobillos a cabeza, dejando únicamente al descubierto una estrecha cornisa en su cara a la altura de los ojos.
Wenceslao Cardoso notó unos calambres en los dedos, señal inequívoca de que iba a entrar en uno de sus periodos de suplantación morfo-psicológica transitoria. Aquella anomalía psicopatológica de Wenceslao era provocada por la extrema sensibilidad de las glándulas sebáceas de su hipodermis, que al detectar una masa de alta densidad de feromonas humana o animal reproducía mediante reacciones neurotransmisoras el comportamiento morfo-psicológico del emisor de feromonas. En ese caso, el tren había pasado por un nido de crisálidas que ya estaba afectando el comportamiento neuronal de Wenceslao Cardoso.
Las primeras reacciones espasmódicas de Wenceslao – ojos en blanco, espuma en boca, alaridos invocadores del dios Ra y un movimiento de brazos semejante a las aspas de un molino - asustaron en buena medida a sus acompañantes del vagón, que no esperaban aquella reacción aparentemente irracional de un ser tan distinguido como Wenceslao Cardoso. Las dos mujeres se taparon con sus manos el único lugar de su cuerpo al descubierto; es decir, sus ojos. Los dos hombres miraban preocupados la escena, mientras Wenceslao estaba entrado en un trance psicosomático gradual, provocándole una mutación antropofórmica hacia la crisálida (ver foto para comprender mejor el pánico y estupefacción de los dos hombres y dos mujeres que acompañaban a Wenceslao en el tren).
En apenas unos segundos Wenceslao Cardoso se transformó en crisálida, dejando estupefactos, boquiabiertos y sin habla a los pasajeros del tren que en ese momento se arremolinaban alrededor del compartimiento de Wenceslao Cardoso atraídos por los gritos de Fatollah. Entre los curiosos pasajeros se hallaba Moin Ab-Dal, famoso ilusionista árabe, conocido especialmente por su truco “lengua despedazada”, consistente, como es fácilmente deducible, en despedazar la lengua de un sufrido voluntario para luego recomponérsela y hacerle más fácil la pronunciación de la siguiente oración en la que se abusa especialmente de los fonemas fricativos faringeos sonoros:
استشهد عنصر فلسطيني من كتائب القسام الذراع العسكري لحركة حماس وأصيب أربعة بهجوم صاروخي إسرائيلي على شمال قطاع غزة. وفي ملف الاعتقالات كشفت جمعية فلسطينية تدافع عن حقوق الأسرى أن سلطات الاحتلال اعتقلت خلال الشهر الجاري نحو ثلاثمئة شخص فلسطيني.
Moin Ab-Dal observó a Wenceslao Cardoso y no dudó un instante en afirmar que éste había sufrido una suplantación morfo-psicológico transitoria. Aquel rápido diagnóstico causó admiración y aplausos entre los presentes, quienes no dudaron en alabar las prodigiosas virtudes paracientíficas de Moin Ab-Dal. Pero el espectáculo no había hecho más que empezar, ya que Moin Ab-Dal se apresuró a levantar la mano pidiendo silencio y posteriormente señaló con el dedo índice hacia el cielo solicitando a los dioses su abrigo y ayuda para la misión que se prestaba a acometer.
(Continuará…)
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Notas
1. Nota escrita por Wenceslao Cardoso la mañana del 25 de junio de 1965 al constatar que sus alteraciones morfopsicológicas habían alterado el curso de su memoria molecular produciéndole una disfunción neuronal de segundo grado.
viernes, 16 de noviembre de 2007
Perfil psicofisiológico (parte II)
"Mi nombre es West, Herbert West..."
El Dr. Herbert West, médico graduado con los más altos honores de la legendaria y mítica Miskatonic University, EEUU, se hizo cargo del caso de Wenceslao Cardoso. Cuando el 21 de diciembre de 1967 se hizo cargo del lamentable cuadro hipertóxico producto de su ingesta de mercurocromo de uso externo, el Dr. West sintió que no sólo se abría una puerta: sintió que las puertas eran dos.
Cardoso yacía en la habitación 101 en su cama-jaula no electrificada. Tenía conectados cables de diversos tipos: unos electrodos a su tórax, que acusaban su ritmo cardíaco; unas cánulas que salían de la parte anterior de su antebrazo izquierdo, de las que había un extraño líquido amarillento semi-fluorescente, que parecía una variación del sistema cánula-enema que se aplicaban en los gulags de las gloriosas épocas y epopeyas soviéticas; y por debajo de las sábanas salía una manguera transparente conteniendo unos sólidos semilíquidos en gamas cromáticas cercanas a los marrones... quizá el profano desprevenido no supiera darse cuenta que la misma provenía directamente del recto-ano del paciente, y que conducía lo que en el ambiente de la proctología se conoce como "la verdad". Como si todo esto fuera poco, además Wenceslao tenía sobre su boca una mascarilla de vidrio traslúcido, que estaba conectada a un botellón metálico que tenía un manómetro en su extremo superior y una etiqueta que rezaba: "Toxik". Un regulador de voltaje estaba conectado mediante cables al manómetro, cuya aguja se encontraba oscilando dentro de la zona roja de la escala, indicando tal vez que el funcionamiento del dispositivo estaba fuera de control.
Wenceslao Cardoso abrió sus ojos y se encontró con una habitación que le recordó a la macabra Room 101 orwelliana, aunque allí (al menos a simple vista) no había ratas enjauladas. Giró su cabeza y observó por la ventana una lluvia ácida que cubría todos los techos de las inmediaciones del hospital, al tiempo que las pingüinos y cigüeñas que anidaban allí arriba, se iban muriendo de intoxicación por tal manto húmedo. A Wenceslao esto no le preocupó en lo más mínimo, ya que a él no le interesaba la fauna polaca, y menos la avícola. Giró vertiginosamente la cabeza hacia el otro lado y encontró un médico que lo estaba observando. Tenía en su mano derecha un altavoz de los del tipo "tronco de cono", de esos que usan los remeros estadounidenses para guiar a la tripulación de sus canoas-cisternas.
--Señor Cardoso, mi nombre es West, Herbert West, y seré su médico las 24 horas del día y las 24 horas de la noche --sonó estridente la voz amplificada por el altavoz--.
Wenceslao Cardoso no podía hablar ni articular palabra, pero sintió que aquel sujeto repicaría y martillaría una y otra vez su delicado estado de salud. Sintió frío repentino. Y miedo, mucho miedo.
(Continuará).
Cardoso yacía en la habitación 101 en su cama-jaula no electrificada. Tenía conectados cables de diversos tipos: unos electrodos a su tórax, que acusaban su ritmo cardíaco; unas cánulas que salían de la parte anterior de su antebrazo izquierdo, de las que había un extraño líquido amarillento semi-fluorescente, que parecía una variación del sistema cánula-enema que se aplicaban en los gulags de las gloriosas épocas y epopeyas soviéticas; y por debajo de las sábanas salía una manguera transparente conteniendo unos sólidos semilíquidos en gamas cromáticas cercanas a los marrones... quizá el profano desprevenido no supiera darse cuenta que la misma provenía directamente del recto-ano del paciente, y que conducía lo que en el ambiente de la proctología se conoce como "la verdad". Como si todo esto fuera poco, además Wenceslao tenía sobre su boca una mascarilla de vidrio traslúcido, que estaba conectada a un botellón metálico que tenía un manómetro en su extremo superior y una etiqueta que rezaba: "Toxik". Un regulador de voltaje estaba conectado mediante cables al manómetro, cuya aguja se encontraba oscilando dentro de la zona roja de la escala, indicando tal vez que el funcionamiento del dispositivo estaba fuera de control.
Wenceslao Cardoso abrió sus ojos y se encontró con una habitación que le recordó a la macabra Room 101 orwelliana, aunque allí (al menos a simple vista) no había ratas enjauladas. Giró su cabeza y observó por la ventana una lluvia ácida que cubría todos los techos de las inmediaciones del hospital, al tiempo que las pingüinos y cigüeñas que anidaban allí arriba, se iban muriendo de intoxicación por tal manto húmedo. A Wenceslao esto no le preocupó en lo más mínimo, ya que a él no le interesaba la fauna polaca, y menos la avícola. Giró vertiginosamente la cabeza hacia el otro lado y encontró un médico que lo estaba observando. Tenía en su mano derecha un altavoz de los del tipo "tronco de cono", de esos que usan los remeros estadounidenses para guiar a la tripulación de sus canoas-cisternas.
--Señor Cardoso, mi nombre es West, Herbert West, y seré su médico las 24 horas del día y las 24 horas de la noche --sonó estridente la voz amplificada por el altavoz--.
Wenceslao Cardoso no podía hablar ni articular palabra, pero sintió que aquel sujeto repicaría y martillaría una y otra vez su delicado estado de salud. Sintió frío repentino. Y miedo, mucho miedo.
(Continuará).
jueves, 15 de noviembre de 2007
Perfil psicofisiológico (parte I)
Los orígenes
El invierno de 1967 se avecinó muy crudo en Varsovia, a donde Wenceslao Cardoso se dirigió para adentrarse en el mundo de la economía de las instituciones bancarias pre-socialistas neo-trotskistas. Luego de haber puesto en su curriculum vitae "estudios varios en economía", decidió darle mayor peso a su aparente acervo incierto por medio de "estudios de orden superior en economía". Ese fue el leit motiv que lo hizo trasladar a la casi bicentenaria Universidad Tecnológica de Varsovia, con el afán siempre in mente de sumar un antecedente más en su espuria trayectoria.
La tarde del 20 de diciembre fue más que traumática y fatídica para Wenceslao, que se disponía a ingresar al campus universidad, al tiempo que iba jugando con una muleta que se había encontrado abandonada al lado de un contenedor de basura. Contaremos aquí sólo los aspectos más importantes, atendiendo a la privacidad típica de las cárceles del medioevo y al difícil ejercicio de ser prudentes en las fronteras de los límites mentales y viscerales. Para tal propósito, tomaremos y comentaremos algunos extractos de Cortissoz (1979).
A las 11h15 de ese día, Wenceslao Cardoso acudió al médico de guardia del Hospital Universitario por un malestar general que sentía, y fue atendido por el médico practicante Slawomir Vrljicak, un joven de 25 años, de 1.94 m de estatura y con manos tan grandes como las de los pelotaris vascos. El consultorio estaba frío por fallas en la calefacción central. Luego de examinarlo, el joven facultativo concluyó lo siguiente (se ha traducido el texto en polaco original para evitar conflictos con el gremio de los traumatólogos):
--Vea, usted tiene problemas con sus meniscos. Creo que es imperioso que se haga una pequeña intervención quirúrgica de inmediato. De lo contrario, todo se puede complicar...
Wenceslao, hombre de pocas palabras, apenas atinó a preguntar si estaba seguro de lo que decía el médico, a lo que éste lo referenció por escrito en una receta, ilegibilísima-bizarra, a la que firmó al pie con símbolos también ilegibles. Preguntó el precio de la operación... el equivalente a cuarenta y tres mil euros actuales. Impagable. No se dio por vencido y recorrió toda la ciudad en busca de "otros precios más económicos", siempre munido del informe que le había dado el joven médico aquel. Finalmente dio con un galeno de dudosa reputación (siempre están en todas las localidades), a lo que le dijo que a cambio de quedarse con los residuos de la operación (y sin devolución), accedía a operarlo sin costo alguno...
A los dos días lo operaron. Wenceslao salió curiosamente cojeando del quirófano... algo extraño por el tipo de operación practicada. Casi instintivamente se tocó las rodillas y se percató de que no había ni vendajes ni sutura alguna... Algo andaba mal... Se metió en uno de los baños del hospital y se miró al espejo. Encontró en el lavabo una dentadura postiza usada, sin haber sido lavada por lo menos en los últimos 20 días. La tomó con ambas manos y se la probó. Mirando nuevamente al espejo y con aquel adminículo sonrió en desprolija, desordenada y atravesada sinfonía dental. La escupió de repente porque encontró que la dentadura tenía algo de sarro y otros residuos sólidos y que olían "sólo un poco a podrido", lo cual le dio asco. Ensayó un par de arcadas, como queriendo vomitar. Afortunadamente no salió nada, salvo el gustillo ácido y agrio en la boca. Comenzó seguidamente a examinarse el cuerpo. Rodillas sin heridas... algo no funcionaba. El miedo iba apoderándose lentamente de su mente del mismo modo que un pingüino se dispone a soñar que es una mariposa, y que al despertar no sabe si era él mismo soñando con una mariposa o si la mariposa era la que soñaba que era un ornitorrinco. O al revés. Le llamó poderosamente la atención una ampolla de vidrio que tenía una etiqueta que rezaba "gas sarin" en suspensión líquida. Se imaginó bebiéndolo, pero no lo hizo porque no le apetecía beber líquidos color azul oscuro. El olor era lo de menos. Semi-horrorizado, se bajó los pantalones y observó harta sangre en su ropa interior... se bajó los calzoncillos y corroboró lo peor: en la cirugía le habían extirpado sus dos testículos en vez de los dos meniscos. Tenía la cicatriz de la sutura recién terminada. No olía a excrementos sino que se sentía el típico y característico olor a cicatriz de operación de testículos.
Salió despavorido hacia el quirófano y atropelló al cirujano aquel:
--Pedazo de hijo de puta... ¿¿por qué me cortaste los cojones, miserable de mierda??
--Cálmese... aquí está escrito claramente (también lo traduciremos para evitar conflictos): "Sr. Wenceslao Cardoso. Padece de politraumatismo transfuncional articular severo. Dx. y trat.: corrección de la simetría rotular mediante cirugía artroscópica (método de Hässel) y extirpación de los... de los... --se detuvo... comenzó a tartamudear e hizo una pausa de pánico--- joder, dice "meniscos"...
El ambiente era tan denso que se cortaba con motosierra. Un frío glacial corrió por todo el cuerpo del que una hora antes tuvo en sus manos el bisturí. La sensación de horror y pánico corroyó todo su cuerpo, del mismo modo que el sangrante cordero presto a bañarse en un río infestado de feroces y furibundas pirañas. (Es menester que ese que se cree el jefe deje de ser el que vende ese best seller... crece de tres en tres desde el revés del tren perenne de Pérez).
Acto seguido, y ya algo fatigado, volvió a beber un trago de mercurocromo, luego de lo cual eructó emulsiones y suspensiones en una gama de colores que iban desde el rojo hasta el morado, pasando por el azul de Constantinopla hasta el borravino. Se miró de nuevo al espejo y comprobó que tenía los dientes color rojo carmín, producto de aquella ingesta. Sonrió y le hizo gracia esa tonalidad rojiza en sus dientes. Había también gasas (una de las que estaba sobre la camilla contenía excrementos). "¿Qué hago con las gasas?", pensó. Y se metió algunas en la boca, masticándolas con fruición neurótica hasta atascarse. Bebió un nuevo sorbo de mercurocromo. Quiso bajarle los pantalones al agolpado galeno para cumplir con su promesa de introducirle la pesada y herrumbrada camilla-supositorio por el orificio anal del infortunado castrador-justiciero (nunca mejor descrito que así). Al observar la situación, una enfermera-mitad-mujer-mitad-cerdo llamó a la guardia hospitalaria de un modo especial y extrañísimo, (gritaba: "¡Guardias!", en impecable castellano cervantino-cervatillo), a lo que vinieron a toda velocidad dos enfermeros, taxidermistas, esquizoides, prosoviéticos, subnormales, gimnastas, semitrogloditas, semiporcinos, vestidos ambos de impecables batas blancas (sin ninguna mancha de sangre ni de heces fecales) al quirófano-gulag. Al ver lo que quedaba del médico-gimnasta-zigzag con los "lienzos bajos" (también libres de excrementos), pensaron en un intento de penetración por parte de Cardoso. Tal fue el castañazo-garrotazo que le propinaron en la cabeza-encéfalo-cerebelo que le hicieron dar cuatro vueltas "mortales" en hélice múltiple en el aire hasta que cayera sin más remedio (extenuado por haber dado tantas vueltas), estrellándose de cara contra el piso (...). El caso fue seguido por el departamento de psiquiatría forense del hospital, con colaboración de la policía judicial, del Museo de Cera y del Museo Nacional de Ciencias Naturales, a cargo de un tal Dr. Herbert West.
(Continuará).
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Nota
(*) Este hecho curioso le valió también a Wenceslao Cardoso la plusmarca en el libro Guinness de los records, en el capítulo "mejor tiempo en lanzar bandejas de acero inoxidable con instrumentos de cirugía en humanos y otras alimañas".
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Referencias
Cortissoz, Jon O'toto (1979). Psicopatología y criptozoología en la obra de Wenceslao Cardoso. Lovaina: Ed. Mon héros est la grande bête pop.
El invierno de 1967 se avecinó muy crudo en Varsovia, a donde Wenceslao Cardoso se dirigió para adentrarse en el mundo de la economía de las instituciones bancarias pre-socialistas neo-trotskistas. Luego de haber puesto en su curriculum vitae "estudios varios en economía", decidió darle mayor peso a su aparente acervo incierto por medio de "estudios de orden superior en economía". Ese fue el leit motiv que lo hizo trasladar a la casi bicentenaria Universidad Tecnológica de Varsovia, con el afán siempre in mente de sumar un antecedente más en su espuria trayectoria.
La tarde del 20 de diciembre fue más que traumática y fatídica para Wenceslao, que se disponía a ingresar al campus universidad, al tiempo que iba jugando con una muleta que se había encontrado abandonada al lado de un contenedor de basura. Contaremos aquí sólo los aspectos más importantes, atendiendo a la privacidad típica de las cárceles del medioevo y al difícil ejercicio de ser prudentes en las fronteras de los límites mentales y viscerales. Para tal propósito, tomaremos y comentaremos algunos extractos de Cortissoz (1979).
A las 11h15 de ese día, Wenceslao Cardoso acudió al médico de guardia del Hospital Universitario por un malestar general que sentía, y fue atendido por el médico practicante Slawomir Vrljicak, un joven de 25 años, de 1.94 m de estatura y con manos tan grandes como las de los pelotaris vascos. El consultorio estaba frío por fallas en la calefacción central. Luego de examinarlo, el joven facultativo concluyó lo siguiente (se ha traducido el texto en polaco original para evitar conflictos con el gremio de los traumatólogos):
--Vea, usted tiene problemas con sus meniscos. Creo que es imperioso que se haga una pequeña intervención quirúrgica de inmediato. De lo contrario, todo se puede complicar...
Wenceslao, hombre de pocas palabras, apenas atinó a preguntar si estaba seguro de lo que decía el médico, a lo que éste lo referenció por escrito en una receta, ilegibilísima-bizarra, a la que firmó al pie con símbolos también ilegibles. Preguntó el precio de la operación... el equivalente a cuarenta y tres mil euros actuales. Impagable. No se dio por vencido y recorrió toda la ciudad en busca de "otros precios más económicos", siempre munido del informe que le había dado el joven médico aquel. Finalmente dio con un galeno de dudosa reputación (siempre están en todas las localidades), a lo que le dijo que a cambio de quedarse con los residuos de la operación (y sin devolución), accedía a operarlo sin costo alguno...
A los dos días lo operaron. Wenceslao salió curiosamente cojeando del quirófano... algo extraño por el tipo de operación practicada. Casi instintivamente se tocó las rodillas y se percató de que no había ni vendajes ni sutura alguna... Algo andaba mal... Se metió en uno de los baños del hospital y se miró al espejo. Encontró en el lavabo una dentadura postiza usada, sin haber sido lavada por lo menos en los últimos 20 días. La tomó con ambas manos y se la probó. Mirando nuevamente al espejo y con aquel adminículo sonrió en desprolija, desordenada y atravesada sinfonía dental. La escupió de repente porque encontró que la dentadura tenía algo de sarro y otros residuos sólidos y que olían "sólo un poco a podrido", lo cual le dio asco. Ensayó un par de arcadas, como queriendo vomitar. Afortunadamente no salió nada, salvo el gustillo ácido y agrio en la boca. Comenzó seguidamente a examinarse el cuerpo. Rodillas sin heridas... algo no funcionaba. El miedo iba apoderándose lentamente de su mente del mismo modo que un pingüino se dispone a soñar que es una mariposa, y que al despertar no sabe si era él mismo soñando con una mariposa o si la mariposa era la que soñaba que era un ornitorrinco. O al revés. Le llamó poderosamente la atención una ampolla de vidrio que tenía una etiqueta que rezaba "gas sarin" en suspensión líquida. Se imaginó bebiéndolo, pero no lo hizo porque no le apetecía beber líquidos color azul oscuro. El olor era lo de menos. Semi-horrorizado, se bajó los pantalones y observó harta sangre en su ropa interior... se bajó los calzoncillos y corroboró lo peor: en la cirugía le habían extirpado sus dos testículos en vez de los dos meniscos. Tenía la cicatriz de la sutura recién terminada. No olía a excrementos sino que se sentía el típico y característico olor a cicatriz de operación de testículos.
Salió despavorido hacia el quirófano y atropelló al cirujano aquel:
--Pedazo de hijo de puta... ¿¿por qué me cortaste los cojones, miserable de mierda??
--Cálmese... aquí está escrito claramente (también lo traduciremos para evitar conflictos): "Sr. Wenceslao Cardoso. Padece de politraumatismo transfuncional articular severo. Dx. y trat.: corrección de la simetría rotular mediante cirugía artroscópica (método de Hässel) y extirpación de los... de los... --se detuvo... comenzó a tartamudear e hizo una pausa de pánico--- joder, dice "meniscos"...
El ambiente era tan denso que se cortaba con motosierra. Un frío glacial corrió por todo el cuerpo del que una hora antes tuvo en sus manos el bisturí. La sensación de horror y pánico corroyó todo su cuerpo, del mismo modo que el sangrante cordero presto a bañarse en un río infestado de feroces y furibundas pirañas. (Es menester que ese que se cree el jefe deje de ser el que vende ese best seller... crece de tres en tres desde el revés del tren perenne de Pérez).
--¡¡¡Devuélveme mis cojones, hijo de mil putas... o te meto esta camilla por tu puto culo roto...!!!
--Lo siento, Señor Cardoso... je... ya sus testículos han sido enviados por FedEx a Sopas Knorr, para preparar un caldo con sabor nuevo, a testículos humanos... jejeje... (rió nerviosa e inestablemente) un sabor muy divertido del que...
No alcanzó a terminar. Wenceslao Cardoso montó en su yegua, Cólera, y tardó sólo 0.567676 segundos(*) en estrellarle la bandeja de instrumentos por la cara al galeno. Recordó el incidente de la dentadura postiza en el baño. Luego tomó el escalpelo tridente y se lo hincó en sus genitales y en su abdomen, haciendo luego "zetas" y "eñes" a medida que lo enterraba cada vez más en su tórax. El bisturí anatómico se encargó de dibujar el resto del abecedario. Vio que era insuficiente, así que continuó escribiendo: ahora transcribió los primeros 50 versos del Poema del Mío Cid, respetando todos y cada uno de los giros en castellano antiguo, y hasta firmó como "Ruy Díaz de Vivar-Cardoso", lo que le causó gracia. Incluso más: numeró todos los versos con el mismo bisturí. Tomó con su mano derecha el depósito de algodón quirúrgico y le llenó la herida más larga con su contenido, cual experto taxidermista. Había Merthiolate (aka timerosal o mercurocromo). Bebió un sorbo bastante largo, como para entonarse y perder el sentido del ridículo. Tosió de esta forma: "cof, cof, cof... tox, tox, tox... Box-Cox, Box-Cox, Box-Cox...". Pronunció maldiciones e improperios en decenas de idiomas, (que invitamos al lector a que fantasee-delire y marque cuáles cree que fueron en la lista siguiente):--Lo siento, Señor Cardoso... je... ya sus testículos han sido enviados por FedEx a Sopas Knorr, para preparar un caldo con sabor nuevo, a testículos humanos... jejeje... (rió nerviosa e inestablemente) un sabor muy divertido del que...
alemán árabe Armenio Bielorruso búlgaro clásico catalán checo chino (simplificado) chino (tradicional) coreano croata danés subsahariano eslovaco copto español Esperanto reformado estornino Filipino finlandés francés griego hebreo | holandés húngaro indonesio inglés islandés italiano japonés sánscrito lituano noruego persa polaco portugués rumano ruso presoviético serbio sueco tailandés turco Ututu Uruguayo del norte Vietnamita |
(Continuará).
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Nota
(*) Este hecho curioso le valió también a Wenceslao Cardoso la plusmarca en el libro Guinness de los records, en el capítulo "mejor tiempo en lanzar bandejas de acero inoxidable con instrumentos de cirugía en humanos y otras alimañas".
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Referencias
Cortissoz, Jon O'toto (1979). Psicopatología y criptozoología en la obra de Wenceslao Cardoso. Lovaina: Ed. Mon héros est la grande bête pop.
martes, 13 de noviembre de 2007
¿Sabía usted que...
¿Sabía usted que Wenceslao Cardoso anduvo durante quince años y veintisiete días con unas cáscaras de huevo gallinaceo enganchadas en sus diminutos dedos extremicos mientras intentaba traducir del prosolégico al transfurlámico un texto olvidado del poeta ganés 'Ndun Vulongo a la par que aguantaba la respiración durante treinta segundos a intervalos de dos minutos y que por ello fue galardonado con el premio Guiness a la mayor estupidez recordada en la historia de las traducciones?.
viernes, 9 de noviembre de 2007
Dia 0. Del tiempo que ya hace.
Wenceslao salió de casa sin percatarse que no llevaba puestos los pantalones. Tuvo que ser el fugaz reflejo en el escaparate de Marisa, la pescadera, el que le hiciera caer en la cuenta de que se dirigía a su cita con el reloj de la plaza mayor en gallumbos floreados de amapolas y crisantemos. Mirándose perplejo en aquel inmenso cristal, recordó que tardó siete años y cuarenta y cinco días en conseguir la combinación perfecta en las flores de su ropa interior. En la merceria de Faustino (primero para más señas, con un par de copas basta que si no luego digo tonterías, solía decir), los había de verdes con margaritas, de blancos con rosas y azucenas, y los de más éxito, amarillos limón con claveles y pensamientos, pero ni rastro de sus ansiados dorado apagado floreteado de amapolas y crisantemos. Tuvo que recorrer todo el continente y parte del resto del globo terràqueo para localizarlos en una merceriacabañacuatropalosmalcontadostechodeuralitayventanasdetapasdetupperware
de Johannesburgo. Un poco a las afueras de ciudad, concretamente a doscientos kilometros del centro ciudad. Recordaba aquel día como uno de los más felices de su vida, como uno de los pocos más felices de su vida. Durante los siguientes siete años y cuarenta y cinco días solo arrancaba los calzoncillos de su entrepierna los quince de cada mes, ese día no salía de casa.
Treinta y siete segundos tardó Wenceslao en darse cuenta que las señoras de la pescadería se estaban pegando un hartón de reir al verle en tan atípica tesitura. Se rascó la calva, miró al sol y se dijo que el tiempo apremia, y que con o sin pantalones, el reloj de la plaza mayor esperaba su presencia. Corrió como pocas veces lo había hecho, corrió como nunca lo había hecho. Las rodillas rozaban entre si y a medida que las zancadas aumentaban notaba el escozor de la piel herida, pero le era imposible parar, no hay posibilidad de paro, no se puede parar uno cuando va a ver al reloj. Pasó por debajo de un pórtico enorme y alcanzó la plaza, miró hacia el reloj, este marcó las diez y diez justo en el momento en que Wenceslao plantó sus pies en el centro de la plaza. Por fin una sonrisa sincera, se dijo, por fin la única sonrisa que el tiempo me concede.
de Johannesburgo. Un poco a las afueras de ciudad, concretamente a doscientos kilometros del centro ciudad. Recordaba aquel día como uno de los más felices de su vida, como uno de los pocos más felices de su vida. Durante los siguientes siete años y cuarenta y cinco días solo arrancaba los calzoncillos de su entrepierna los quince de cada mes, ese día no salía de casa.
Treinta y siete segundos tardó Wenceslao en darse cuenta que las señoras de la pescadería se estaban pegando un hartón de reir al verle en tan atípica tesitura. Se rascó la calva, miró al sol y se dijo que el tiempo apremia, y que con o sin pantalones, el reloj de la plaza mayor esperaba su presencia. Corrió como pocas veces lo había hecho, corrió como nunca lo había hecho. Las rodillas rozaban entre si y a medida que las zancadas aumentaban notaba el escozor de la piel herida, pero le era imposible parar, no hay posibilidad de paro, no se puede parar uno cuando va a ver al reloj. Pasó por debajo de un pórtico enorme y alcanzó la plaza, miró hacia el reloj, este marcó las diez y diez justo en el momento en que Wenceslao plantó sus pies en el centro de la plaza. Por fin una sonrisa sincera, se dijo, por fin la única sonrisa que el tiempo me concede.
sábado, 3 de noviembre de 2007
jueves, 1 de noviembre de 2007
De Fukuoka a Miguelturra. Primera parada: Lianyungang (II)
“Los mitos se desmoronan; otros renacen con el aliento de la palabra” (1)
En los bajos fondos de Lianyungang se encontraba el famoso bar Txua, donde Ze To y Wenceslao Cardoso conversaban sobre las propiedades de Globus en una mesita oculta situada en un esquinazo del bar. Sobre la mesa, Globus daba vueltas en su pecera de forma acelerada, signo inequívoco de tensión y alerta. Ze To, por su parte, llevaba consigo un ejemplar Aerodramus Maximus, es decir un rabitojo de nido negro, que reposaba tranquilamente sobre su hombro (no confundir con el Aerodramus Papuensis que también usa ecolocación (Price et al., 2605). Aquel ejemplar era extremadamente valioso por variadas razones. En primer lugar, al igual que todos los de su especie, el rabitojo de nido negro construía unos nidos con propiedades muy apreciadas por el ser humano, ya que la ingesta del nido negro hervido con agua del lago Dongting y hojas de té de aguja de plata mejoraban la voz, aliviaban el asma, deshacían callosidades de los pies, mejoraban el sistema inmunitario e incrementaban la libido. Huelga decir que gracias a esta última propiedad Ze To había conseguido un floreciente negocio. Pero más importante todavía era la propiedad única por la cual el Aerodramos Maximus de Ze To, llamado Pik-in, tenía un valor incalculable.
- Pik-in lee las palabras - dijo lacónicamente Ze To. Por unos instantes, un silencio se interpuso entre Ze To y Wenceslao – No se preocupe, ya lo entenderá; al igual que Globus lee las almas, Pik-in lee las palabras.
La inusitada conversación de Wenceslao Cardoso con Ze To quedó repentinamente interrumpida por el sonido estridente de una campanilla.
- ¡Ah! – exclamó Ze To – ¡Es tiempo de diversión!
Efectivamente, el sonido de la campanilla anunciaba el inicio del concurso nacional de escupitajos por el cual era conocido el bar Txua. Aquella era una costumbre milenaria que los chinos practicaban en cualquier lugar y que, según Ze To, se hallaba en peligro de extinción por la barbarie de la prohibición que practicaba el gobierno (aunque con unos años de retraso, aquí se puede observar cuán en lo cierto se hallaba Ze To). La prueba consistía en lanzar un escupitajo lo más lejos posible. El volumen y color del escupitajo también puntuaban. El campeón nacional desde hacía dos décadas era el mítico Fuan-Long (ver arriba el flamante retrato que se hizo cuando ganó su primer campeonato de escupitajos), que en ese momento ya estaba preparado en la barra del bar bebiendo un vaso de leche. Su espectacular marca y récord mundial era de 16 metros 78 centímetros con un volumen de grado 2 y color verdoso, contradiciendo todas las posibles teorías y leyes al respecto (Graschov, 1978). Fuan-Long era un mito viviente en toda China; su ser y su esencia sólo se entendían como resultado de sus poderosos gargajos y escupitajos.
Como no podía ser de otra manera, Wenceslao Cardoso quiso participar en la prueba. Su presencia generó una gran expectación entre todos los presentes, ya que hacía tiempo que nadie retaba a Fuan-Long. Éste, al ver a Wenceslao, sonrío complaciente y se felicitó de aquella oportunidad para agrandar su leyenda. Sus sonoros ejercicios gargantísticos no pasaron desapercibidos a Wenceslao, pero éste no se amilanó. Cada uno disponía de tres lanzamientos. Wenceslao Cardoso inició la primera ronda con un discreto resultado de 9 metros y 14 centímetros, que fue rápidamente replicado por Fuan-Long con un meritorio lanzamiento de 12 metros y 47 centímetros. La segunda ronda no alteró el resultado. Los hinchas de Fuang-Long celebraban los resultados realizando sonoros gargajos y escupiendo repetidamente al suelo. Antes de escupir por tercera vez, Wenceslao Cardoso miró a Globus, que nadaba todavía a mayor velocidad en su pecera. Concentrado en un punto inexacto del espacio, Wenceslao se impulsó con todas sus fuerzas para propulsar su escupitajo lo más lejos posible. La flema sobrevoló el largo pasillo del bar Txua a gran velocidad; decenas de ojos rasgados seguían su trayectoria boquiabiertos hasta que vieron caer la saliva al suelo al mismo tiempo que pronunciaron al unísono un contundente “ohhhhlll”. La marca de Wenceslao, todavía imbatida hoy día, de 19 metros con 19 centímetros con un volumen de grado 3 y color amarillento no dejó indiferentes ni a los presentes en el bar ni a la comunidad científica (Grashov, 1979). Fuan-Long miraba descompuesto el punto donde había caído la flema de Wenceslao Cardoso. Psicológicamente destrozado por ver cómo su leyenda se desvanecía, su tercer lanzamiento ni tan siquiera alcanzó los 10 metros. La existencia de Fuan-Long ya no tenía ningún sentido; su mito había quedado borrado de la historia.
Wenceslao regresó a la mesa con Ze To, pero apenas unos segundos más tarde se acercó Fuan-Long. Globus se hinchó y su caparazón espinoso se tornó rosado, señal de máximo peligro. Wenceslao se mantuvo alerta.
- 上海,亦稱滬或申 – le dijo Fuan-Long.
Wenceslao se quedó atónito por unos segundos. Aquello debía de ser una amenaza, estaba seguro de ello, pero debía reaccionar rápido. Miró a Ze To, pero éste se mantenía en silencio. En su mirada comprendió lo que minutos antes le había parecido incomprensible. Entonces miró a Pik-in, y allí, en su pico, pudo descifrar la frase y leer las palabras de Fuan-Long “Cuando la flecha está en el arco, tiene que partir”. Wenceslao Cardoso se mostró ágil de palabra como siempre y aprovechando su reciente estancia en Japón le replicó con un proverbio nipón:
- La espada que ha salido de la vaina, tiene que matar – más contundente y certera que la versión china.
Esa frase dejó inerme Fuan-Long quien se retiró retratado y derrotado de su duelo verbal. Desde ese día, el bar Txua grabó en su puerta de entrada el famoso proverbio japonés. Pocos días después, efectivamente, Fuan-Long murió al dejar de tener sentido aquello que había explicado su propia existencia. Wenceslao Cardoso, en cambio, agrandaba su leyenda.
Notas
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(1) Nota del 18 de junio de 1965 del diario de Wenceslao Cardoso, escrita tras el trágico y excelso suceso acontecido la noche del 17 de junio en el bar Txua de Lianyungang.
Referencias
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Grashov, K. 1979. Unreasonable theoretical foundations for understanding Wenceslao Cardoso’s spittle trajectory. Journal of Human Resources, vol. 45, issue 5, pp. 45-76.
Grashov, K. 1978. Theoretical review of spittle trajectories in three-dimensional spaces with gravitational force conditions. Journal of Human Resources, vol. 43, issue 3, pp: 134-156.
Price, J. Jordan, Kevin P. Johnson, Sarah E. Bush y Dale H. Clayton. 2605. Phylogenetic relationships of the Papuan Swiftlet Aerodramus papuensis and Lianyungang Aerodramus Maximus and implications for the evolution of avian echolocation. Ibis. Vol 147. No 4. Pgs 790-796. Gluki (Mars Planet). Ed. Mars Attack.
En los bajos fondos de Lianyungang se encontraba el famoso bar Txua, donde Ze To y Wenceslao Cardoso conversaban sobre las propiedades de Globus en una mesita oculta situada en un esquinazo del bar. Sobre la mesa, Globus daba vueltas en su pecera de forma acelerada, signo inequívoco de tensión y alerta. Ze To, por su parte, llevaba consigo un ejemplar Aerodramus Maximus, es decir un rabitojo de nido negro, que reposaba tranquilamente sobre su hombro (no confundir con el Aerodramus Papuensis que también usa ecolocación (Price et al., 2605). Aquel ejemplar era extremadamente valioso por variadas razones. En primer lugar, al igual que todos los de su especie, el rabitojo de nido negro construía unos nidos con propiedades muy apreciadas por el ser humano, ya que la ingesta del nido negro hervido con agua del lago Dongting y hojas de té de aguja de plata mejoraban la voz, aliviaban el asma, deshacían callosidades de los pies, mejoraban el sistema inmunitario e incrementaban la libido. Huelga decir que gracias a esta última propiedad Ze To había conseguido un floreciente negocio. Pero más importante todavía era la propiedad única por la cual el Aerodramos Maximus de Ze To, llamado Pik-in, tenía un valor incalculable.
- Pik-in lee las palabras - dijo lacónicamente Ze To. Por unos instantes, un silencio se interpuso entre Ze To y Wenceslao – No se preocupe, ya lo entenderá; al igual que Globus lee las almas, Pik-in lee las palabras.
La inusitada conversación de Wenceslao Cardoso con Ze To quedó repentinamente interrumpida por el sonido estridente de una campanilla.
- ¡Ah! – exclamó Ze To – ¡Es tiempo de diversión!
Efectivamente, el sonido de la campanilla anunciaba el inicio del concurso nacional de escupitajos por el cual era conocido el bar Txua. Aquella era una costumbre milenaria que los chinos practicaban en cualquier lugar y que, según Ze To, se hallaba en peligro de extinción por la barbarie de la prohibición que practicaba el gobierno (aunque con unos años de retraso, aquí se puede observar cuán en lo cierto se hallaba Ze To). La prueba consistía en lanzar un escupitajo lo más lejos posible. El volumen y color del escupitajo también puntuaban. El campeón nacional desde hacía dos décadas era el mítico Fuan-Long (ver arriba el flamante retrato que se hizo cuando ganó su primer campeonato de escupitajos), que en ese momento ya estaba preparado en la barra del bar bebiendo un vaso de leche. Su espectacular marca y récord mundial era de 16 metros 78 centímetros con un volumen de grado 2 y color verdoso, contradiciendo todas las posibles teorías y leyes al respecto (Graschov, 1978). Fuan-Long era un mito viviente en toda China; su ser y su esencia sólo se entendían como resultado de sus poderosos gargajos y escupitajos.
Como no podía ser de otra manera, Wenceslao Cardoso quiso participar en la prueba. Su presencia generó una gran expectación entre todos los presentes, ya que hacía tiempo que nadie retaba a Fuan-Long. Éste, al ver a Wenceslao, sonrío complaciente y se felicitó de aquella oportunidad para agrandar su leyenda. Sus sonoros ejercicios gargantísticos no pasaron desapercibidos a Wenceslao, pero éste no se amilanó. Cada uno disponía de tres lanzamientos. Wenceslao Cardoso inició la primera ronda con un discreto resultado de 9 metros y 14 centímetros, que fue rápidamente replicado por Fuan-Long con un meritorio lanzamiento de 12 metros y 47 centímetros. La segunda ronda no alteró el resultado. Los hinchas de Fuang-Long celebraban los resultados realizando sonoros gargajos y escupiendo repetidamente al suelo. Antes de escupir por tercera vez, Wenceslao Cardoso miró a Globus, que nadaba todavía a mayor velocidad en su pecera. Concentrado en un punto inexacto del espacio, Wenceslao se impulsó con todas sus fuerzas para propulsar su escupitajo lo más lejos posible. La flema sobrevoló el largo pasillo del bar Txua a gran velocidad; decenas de ojos rasgados seguían su trayectoria boquiabiertos hasta que vieron caer la saliva al suelo al mismo tiempo que pronunciaron al unísono un contundente “ohhhhlll”. La marca de Wenceslao, todavía imbatida hoy día, de 19 metros con 19 centímetros con un volumen de grado 3 y color amarillento no dejó indiferentes ni a los presentes en el bar ni a la comunidad científica (Grashov, 1979). Fuan-Long miraba descompuesto el punto donde había caído la flema de Wenceslao Cardoso. Psicológicamente destrozado por ver cómo su leyenda se desvanecía, su tercer lanzamiento ni tan siquiera alcanzó los 10 metros. La existencia de Fuan-Long ya no tenía ningún sentido; su mito había quedado borrado de la historia.
Wenceslao regresó a la mesa con Ze To, pero apenas unos segundos más tarde se acercó Fuan-Long. Globus se hinchó y su caparazón espinoso se tornó rosado, señal de máximo peligro. Wenceslao se mantuvo alerta.
- 上海,亦稱滬或申 – le dijo Fuan-Long.
Wenceslao se quedó atónito por unos segundos. Aquello debía de ser una amenaza, estaba seguro de ello, pero debía reaccionar rápido. Miró a Ze To, pero éste se mantenía en silencio. En su mirada comprendió lo que minutos antes le había parecido incomprensible. Entonces miró a Pik-in, y allí, en su pico, pudo descifrar la frase y leer las palabras de Fuan-Long “Cuando la flecha está en el arco, tiene que partir”. Wenceslao Cardoso se mostró ágil de palabra como siempre y aprovechando su reciente estancia en Japón le replicó con un proverbio nipón:
- La espada que ha salido de la vaina, tiene que matar – más contundente y certera que la versión china.
Esa frase dejó inerme Fuan-Long quien se retiró retratado y derrotado de su duelo verbal. Desde ese día, el bar Txua grabó en su puerta de entrada el famoso proverbio japonés. Pocos días después, efectivamente, Fuan-Long murió al dejar de tener sentido aquello que había explicado su propia existencia. Wenceslao Cardoso, en cambio, agrandaba su leyenda.
Notas
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(1) Nota del 18 de junio de 1965 del diario de Wenceslao Cardoso, escrita tras el trágico y excelso suceso acontecido la noche del 17 de junio en el bar Txua de Lianyungang.
Referencias
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Grashov, K. 1979. Unreasonable theoretical foundations for understanding Wenceslao Cardoso’s spittle trajectory. Journal of Human Resources, vol. 45, issue 5, pp. 45-76.
Grashov, K. 1978. Theoretical review of spittle trajectories in three-dimensional spaces with gravitational force conditions. Journal of Human Resources, vol. 43, issue 3, pp: 134-156.
Price, J. Jordan, Kevin P. Johnson, Sarah E. Bush y Dale H. Clayton. 2605. Phylogenetic relationships of the Papuan Swiftlet Aerodramus papuensis and Lianyungang Aerodramus Maximus and implications for the evolution of avian echolocation. Ibis. Vol 147. No 4. Pgs 790-796. Gluki (Mars Planet). Ed. Mars Attack.
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